jueves, 26 de septiembre de 2013

Grandes cagadas de la pequeña Historia de España


Menudo papelón que ahora tengamos que poner los pies y la cabeza de la periodista Tereixa Navaza en una hoguera y luego cortarlos, todo para cumplir su voluntad. Asumimos la crueldad del comentario, porque esta mujer tiene que estar pasándolo muy mal, pero podría ser un buen ejemplo para ayudar combatir el cada vez más implantado pensamiento emocional que ya tenemos tratado. Aquel que desprecia el análisis racional de la realidad, que evita tomarse tiempos y lo fía todo a lo que dictan las que nuestros Académicos definen en singular como la "alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática".

Al menos esta señora ya venía avisando, vean el entrecomillado que hemos encontrado cuando nos documentábamos sobre la dimitida portavoz de la familia de la niña hallada muerta en Santiago.


¿Un poco kamikaze decía? Lo peor es que nos dicen nuestros asesores jurídicos que, aún en el caso de que los presuntos asesinos resulten condenados, nada les impedirá disfrutar de la anhelada herencia tras el cumplimiento de la condena. Excusamos decir que abreviada con los generosos beneficios penitenciarios que concede la legislación española. ¿Alguién sabe la dirección de Luis Roldán para hacérsela llegar a fin de que puedan contrastar sus experiencias? ¡Ay Gallardón!, cuanto trabajo pendiente y tu enredado con tasas y otras zarandajas.

Otro que ya venía avisando es el árbitro César Muñiz Fernández. Nuevamente las emociones, menos de dos años para la forzosa jubilación a los 45 y toda una larga vida por delante. Cómo podemos pretender que ese subconsciente no tire un poco en favor de los equipos grandes, como si fuera igual caerle simpático a Floridrid (esta tipografía es muy poco expresiva en esa acción, pero está tachado) Florentino o Sandro y sus correspondientes directivas de poderosos que a los seguidores de cualquier equipo recién ascendido, de esos que ni se sabe si será capaz de mantener la categoría. Recordemos a los lectores que estos señores cuya herramienta de trabajo es un silbato vienen a triplicar el sueldo de un Presidente del Gobierno. Mucho nivel de vida que mantener tras la temprana jubilación.

Con todo, no deja de sorprendernos (ídem) escandalizarnos la obstinación de la Fifa en renunciar a la implantación de ayudas tecnológicas para que prevalezca la Justicia Deportiva. Quede claro que nos referimos a las ayudas realmente determinantes, no estamos hablando de los pinganillos estilo portero de discoteca o de las tablillas luminosas para señalar los cambios. Pero menudo poder da la capacidad de castigar o no los presuntos errores. ¡Vaya tropa!

Lo que no podemos seguir admitiendo es que el Gobierno del Principado siga impasible ante el espurio uso de la condición de asturiano de un señor nacido en Bruselas. Señor Javier González, confirmamos a los visitantes foráneos que este señor existe, por el buen nombre de nuestra Comunidad tiene usted que tomar medidas. Por mucho menos te quitan en A Coruña el título de hijo adoptivo con el voto favorable de gentes a las que, incluso, bien podría haber concedido algún chollo el repudiado. Venga Méndez, hay que publicar esas memorias.

Ya que hablamos de memorias también sería interesante que algún antiguo directivo del Oviedo tenga el coraje de contar, a estas alturas el delito ya habrá prescrito, por qué nuestro equipo local recibía tan infames arbitrajes del trencilla (1) que da nombre al trofeo que MARCA concede a los mejores árbitros de cada temporada (Muñiz recibió el de Segunda en la temporada 98-99).

Enfin, escuchamos las noticias de A3 mientras rematamos esta croniquilla y ello nos da la oportunidad de comprobar la posición del listón moral nacional a través de las declaraciones de un madridista interrogado sobre la última cagadita de Muñiz: "bueno, lo importante es ganar, ¿no?".




(1) Esta denominación, ya muy en desuso, procede del remate de pasamanería que lucían antiguamente en sus uniformes, no como suele escucharse del cordón con el que se colgaban el silbato.




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