domingo, 3 de septiembre de 2017

Islamoetiquetas y lemas machirulos


Aunque ningún ínclito creador, o creadora, de opinión lo haya considerado así, al menos públicamente, el lema de la manifestación de Barcelona de hace ocho días bien puede tildarse de típicamente machirulo. Entran unos miembros de una peligrosa banda en tu casa, matan a 16, y te pones chulito a gritar ¡no te tengo miedo! Muy testicular.

Pues tranquilos, que volverán a por más. Es lo que lleva haciendo muchos años el yihadismo. El que diríase que para algunos nada tiene que ver con el Islam. Tan solo pregúnteles en el nombre de qué matan. Si les da tiempo, claro.

La lingüísticamente poco integradora cabecera de la manifestación de Barcelona.
Una foto que no se ha enseñado tanto; debe ser poco dialogante hacerlo.

El miedo es, en primera acepción del diccionario, una angustia y, en segunda, el ‘recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea’. Como que te maten, salvo que se tengan tendencias suicidas. Así que quien, en el actual contexto, no sienta ese recelo, que es un sabio mecanismo genético de supervivencia, es un inconsciente, si no un necio. Y feo ha estado, por tanto, hacer autoproclamarse tales a tantos miles de bienintencionados ciudadanos.

Bien nos viene en este punto recordar la última portada del semanario italiano L´Espresso con esa pancarta que dice 'También os derrotaremos'. Buen enfoque.

Y todo esto cuando cualquier recelo hacia un musulmán es calificado automáticamente por los chamberlains de turno como un acto de islamofobia. Dios (el que sea) quiera que tengan más suerte que el político británico. Incapaces de entender que, sin perjuicio de que los practicantes del Islam deben tener cabida en la libertad de culto que propugnamos, algunos principios clave de esa religión, empezando por la exigencia de la primacía de la ley religiosa sobre la civil, son incompatibles con nuestro modelo de convivencia. Luego tenemos un peliagudo problema de incompatibilidad que en un sistema democrático hace forzoso limitar la presencia de quienes tal predican, máxime a la vista de su muy superior natalidad frente a la del decadentemente acomodado Occidente. Esto no es una fobia, es luchar por la supervivencia de nuestro modelo de sociedad.

Parece una obviedad afirmar que los practicantes del Islam no son per se más violentos que quienes se guían por otros idearios, ya sea civiles o religiosos. El problema es que los hechos nos demuestran a diario que están brutalmente expuestos a la manipulación en el nombre de la fe. Es el 'lado oscuro' y potencialmente trágico de esa fe. Y ahí están para probarlo los vertiginosos procesos de radicalización de ciudadanos, presuntamente ‘integrados’, que acabamos de ver.

Siglos le ha llevado a Occidente reconducir esa capacidad que también ejerció el cristianismo con algunas consecuencias tan sangrientas como las guerras de religión. Lo llamativo es que en el Islam se ha impuesto la tendencia contraria. Basta ver cómo fueron las sociedades iraní o turca hace no tanto años y cómo son ahora. 

Pero lo que no podemos es fiar nuestras libertades al arbitrio de la línea que sea capaz de imponer una heterogénea casta de clérigos. Insistimos en que evitar esa potencialmente deletérea influencia no es islamofobia, es defender nuestra forma de vida. Y la historia se encarga de recordarnos las trágicas ocasiones en las que cuando el que ahora llamamos buenismo se ha dado cuenta de su ingenuidad las catastróficas consecuencias ya eran imparables.







Anexo: la desgraciada actuación de Eta hace que en España asociemos el terrorismo más con el nacionalismo que con otras causas. Por ello nos parece interesante el siguiente gráfico sobre la motivación que ha estado detrás de los grandes atentados de los últimos años en un cómputo realizado en términos del número de muertes causadas (enlace a la fuente de los datos).





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