viernes, 29 de enero de 2016

Comprendiendo la historia (y de como el Rey podría salvar de un providencial ictus a un Presidente del Gobierno en funciones)


Uno de los episodios más lamentables de la trayectoria política de Pablo Iglesias Posse, el fundador del partido que se quedó a una sola letra de ser un acrónimo de su segundo apellido, es su intervención en la sesión del Congreso de los Diputados del 7 de julio de 1910 en la que profirió su famoso tal ha sido la indignación producida por la política del Gobierno presidido por el sr. Maura en los elementos proletarios, que nosotros, de quienes se dice que no estimamos a nuestra nación, que no estimamos los intereses de nuestro país, amándolo de veras, sintiendo las desdichas de todos, hemos llegado al extremo de considerar que antes que su señoría suba al poder debemos llegar hasta el atentado personal (enlace a una reseña más detallada de la intervención en el blog de Santiago González).

Y el 22 de julio Maura sufrió el segundo atentado de su vida, nada más bajarse del tren que le había llevado a Barcelona. Fue en ese momento cuando un miembro de las juventudes del Partido Radical de Lerroux le disparó tres veces causándole heridas en un brazo y una pierna que, afortunadamente, no revistieron gravedad. Un acto que un empecinado Pablo Iglesias se negó a condenar.

Brutal y muy difícil de justificar, incluso en tan distinto contexto social, en el que intentar situarse mentalmente resulta ahora un ejercicio casi imposible. ¿Tal era la desesperación de los más desfavorecidos?

Una vez metidos a valorar la importancia de la orteguiana circunstancia, es inevitable considerar lo preocupante que resulta comprobar cuanto está dispuesto a cabrear a los ciudadanos con su “o yo o el diluvio” el deletéreo tándem Rajoy-Sánchez. Cuando un sector nada despreciable de electores ya ha dejado claro que está dispuesto al diluvio de Podemos con tal de conseguir desembarazarse de ellos, está claro que los culpables no quieren entenderlo. Sus egos están muy por encima. El pepero incluso ya ha proclamado que en caso de que haya que celebrar nuevas elecciones volverá a ser el candidato de su podrido partido.

Así las cosas, y centrándonos en el PP, básicamente caben las siguientes opciones:

-  Qué la dirección del partido tome por una vez una decisión en la que primen los intereses del país sobre los suyos [la descartamos por imposible].

-  Que algún esforzado psiquiatra certifique que Rajoy ha perdido la capacidad para entender lo que ocurre a su alrededor y comience el consiguiente proceso de incapacitación.

-   La solución Pablo Iglesias Posse.

Desde un óptica cristiana, se nos ocurre que cabría una alternativa a esta última, por medio de la mediación de la Divina Providencia. Esta sería la encargada de propiciar algún suceso, no necesariamente muy sangriento, que se encargaría de mandar a su casa a tan impasible sujeto. Se nos ocurre que bien podría ser un ictus, incluso poco severo, puesto que nos bastaría con una afectación (adicional) del habla que haga inviable un discurso de investidura.

Claro que aún hay otra opción, que el Rey ejerza de verdad las facultades que le concede la Constitución y en caso de que vuelva a proponer un candidato del PP lo haga en una persona distinta, algo que es perfectamente legal (ver artículo 99 de la Constitución).

A quienes en casos así nos gustaría ser providencialistas, nos parece que, además, sería casi poético convertir a Felipe VI en quien salve de ese para los crédulos seguro ictus al infausto personaje que ya se ha convertido en un borrón de la Historia de España. Y mira que pudo tener un digno hueco en la misma.

Majestad, por el y por nosotros, ¡adelántese a los admiradores de Pablos Iglesias!

Y ahora a pensar que le encargamos a la Providencia para atemperar el acrítico ego de ese engreído personaje al que le dicen MAFO. Menuda avería dejó en el sistema financiero para descolgarse con el exculpatorio panfleto que acaba de publicar.



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