sábado, 15 de agosto de 2015

Un gastrofinal a lo O. Henry



O. Henry es el segundo nombre, más que seudónimo, con que escribió la mayor parte de su obra el maestro del relato breve William Sydney Porter (1862 – 1910). Y es que cuando salió de prisión en 1901, tras cumplir condena por un desfalco ocurrido cuando era cajero del First National Bank, este norteamericano cambió definitivamente su nombre con la intención de romper con un turbulento pasado que le había llevado a vivir en Honduras huyendo de la justicia. Y el que adoptó procede del gato de unos amigos en cuya casa vivió durante tres años. Estos solían celebrar cualquier gatería (monería no queda bien, ¿verdad?) del felino con la exclamación “¡Oh, Henry!” alusiva a su nombre.

Es notable que en 1894, el mismo año en que fue despedido del banco que finalmente le llevó a la cárcel, Porter fundó un semanario humorístico llamado The Rolling Stone. Buen olfato para los nombres de publicaciones. Casi tanto como para los sorprendentes finales que llevaron a la acuñación de la expresión “un final a lo O. Henry” (an O. Henry ending).

La portada del pescador no está elegida al azar.
Ya verán que tiene su significado en el contexto de este apunte
No situaríamos entre los más llamativos el desenlace del cuento titulado “Primavera a la carta” (texto íntegro, es cortito), pero nos ha venido a la memoria porque recuerda los pretéritos tiempos en los que, al menos en los cuentos, una mecanógrafa podía ganarse el sustento (tres comidas al día servidas en su habitación) a cambio de confeccionar los menús de un restaurante.

Hoy tenemos medios mucho menos costosos que convierten la elaboración impresa de un menú diario en una práctica suficientemente asequible como para que debiera ser obligatoria. Así que ya va siendo hora de que los poderes públicos a quienes corresponda, seguro que variopintos en esta autonómica España, vayan prohibiendo esa feísima práctica de ocultar los precios de ciertos platos bajo la casi siempre inquietante sigla S/M (según mercado). Y es que, a juzgar por los importes que suele amparar, diríase que más bien significa Su Majestad … el correspondiente pez, porque es práctica de aplicación preferente a los productos de la mar.

Lo del celo de las autoridades de consumo no hay quien lo entienda. Parece que sugirieron a Opel la necesidad de cambiar la locución de Claudia Schiffer en un conocido anuncio para que dejara de proclamar un "imposible, un Astra no se estropea" como si alguien fuera a llevarse a engaño por las certezas que pudiera manifestar la modelo germana. Por cierto que, en relación con esto de creerse las proclamas publicitarias de los famosos, siempre nos acordamos de Maribel Verdú, convertida en la entrega de los Goya del año pasado en valedora de las protestas contras las hipotecas. Eso después de haber sido anunciante, tan recientemente como en 2010, de una filial del Banco de Santander llamada UCI que precisamente se dedicaba a vender hipotecas. ¡Qué joía es la memoria!, ya lo sentimos salada-a-la-vasca.

Volvemos a las cartas de los restaurantes para constatar que luego resulta que esas mismas autoridades de consumo permiten el abuso del S/M que estos días ha revuelto las redes con los 153 €/kg que aplicaron a un pez local en un chiringuito de Formentera de silla de plástico y mantel de papel (reseña del asunto en El País). Y es que se trata de un lugar cuyos dueños venden que allí comieron nosequé famosos y que, además, te recogen en tu barco con su propio chinchorro. Así que debe ser un lugar para la búsqueda de experiencias como la narrada por Revilluca (el listuco que nunca gana y siempre gobierna Cantabria) en la boda real, o sea, la erótica de mear junto a Harald de Noruega.

¡Y qué clientela será esa que no tiene sus propias embarcaciones auxiliares con el correspondiente marinero o, en su defecto, el típico sobrino al que le gusta enredar con el fueraborda! No lo aclara la tarada de seguro estómago agradecido que ha salido proclamando que este chiringuito es “una meca en el lifestyle aspiracional”. Ya ven que no es fácil hablar más gilipollas.

Así que en caso de que algún lector tenga tales picores aspiracionales, sepa que los finales de la comida en “Juan y Andrea”, o sea el momento de la famosa dolorosa, cuando no se tiene la precaución de preguntar el significado de una ese y una eme, pueden ser “a lo O. Henry”.

Advertidos quedan, porque mientras la autoridad no lo remedie son cosas que pasan hasta en mucho menos glamurosos chigres astures donde, todo lo más, potó (con pe; con esa letra, no acompañado de la actriz) algún miembro de M Clan.

Pero lo malo es que estas pequeñeces nos desvían de asuntos más importantes como la forma de mandar, si no a la cárcel, al menos a su casa a la desvergonzada de Francina Armengol (el por qué aquí). Mientras al torpe Jorge (el ministro) casi lo hace menos malo la disparatada denuncia que es todo un argumento a favor de las tasas que impidan el abuso del recurso a los tribunales. Dimisión, clarito. ¿Delito?, descojone judicial.

Mal remedio va a tener esto al margen del exilio.




P.S.- Lo de la "tontería aspiracional" nos ha traído a la memoria que estos días hemos visto por ahí una invitación a boicotear a las hermanas Kardashian durante una semana. La evidente pregunta es, ¿y por qué solo una semana?


Nos da que esto lo ha montado su relaciones públicas para que se hable aun más de ellas.



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