sábado, 18 de julio de 2015

Materiales que dan nombre (I)


Hoy vamos a ocuparnos de algunas de las denominaciones que se forman aplicando la de algún componente principal a las cosas fabricadas con el mismo. Comenzamos este paseo léxico con los plomos, los dispositivos de protección eléctrica que seguimos llamando así, aunque hace ya mucho tiempo que no se utilizan fusibles de ese metal. Y es que una peculiaridad de este grupo de palabras que hoy exploramos es la abundancia de anacronismos.

Recordemos que el metal pesado por antonomasia, y eso que solo tiene la mitad de la densidad del iridio, también ha dado lugar al sustantivo plomada, una utensilio que rara vez es ya de ese metal. Del mismo modo que cada vez es más difícil encontrar pizarras de pizarra, y ya no digamos con superficies que realmente merezcan la bastante en desuso denominación de encerado.


Si de cera hablamos, tampoco es fácil dar con cerillas cuyas varillas estén fabricadas con el papel impregnado con ese producto que justifica tal nombre. Lo que ahora nos venden más bien son maderillos, mientras que la denominación alternativa fósforo tampoco es del todo precisa desde que esa sustancia ha sido desplazada al raspador en los calificados "de seguridad". Ya adelantábamos que en esto hay muchos anacronismos puesto que, aunque quizá hayan pescado o visto pescar con una caña de caña, pocos de ustedes habrán escrito alguna vez con una pluma de pluma.

Es llamativo que español, francés e inglés coincidan en asociar el plomo con la fontanería, si bien nuestro idioma lo hace en menor medida pues, como nos advierte el diccionario, plomero es un americanismo y andalucismo, nada utilizado, por cierto, en donde nosotros escribimos. Sin embargo, plombier y plumber son claramente las primeras opciones para denominar a quienes ejercen ese oficio en los otros dos idiomas citados. Una metálica asociación que no comparten ni el italiano (idraulico) ni el portugués (encanador, o sea, canalizador). Por cierto, que este último es el único de los idiomas mencionados que tiene una equivalencia para el verbo desplomarse con origen en el nombre del elemento químico cuya acumulativa toxicidad ha restringido bastante su uso.

Cambiamos de metal. En español, el hierro solo tiene significado por extensión 
en las jergas del golf y de la milicia que lo usan, respectivamente, para referirse a determinados palos o, un tanto criptoeufemísticamente, a la pistola. Sin embargo, en inglés da nombre tanto a la plancha (iron) como al arte de usarla, mientras que en francés se aplica al citado útil para alisar la ropa (fer a repasser) y a la herradura (fer a cheval). El nombre español de este importante accesorio animal también tiene origen en ese metal, al igual que alguna otra palabra tan relevante como ferrocarril, pero la pretendida brevedad de este apunte nos impide extendernos con vocablos derivados, que cuentan con algún ejemplo tan sugerente como salario.


Con mayor motivo tampoco podemos entrar en denominaciones metafóricas, así que hoy tendremos que pasar de largo usos como el que en literatura suele darse al acero para referirse a las espadas. Pero no nos resistimos a mencionar la asentada costumbre de convertir en subidas y bajadas del mercurio las de las temperaturas, cuando hace años que está prohibida la comercialización de termómetros que contengan esa tóxica sustancia que se mantiene líquida por encima de los -39ºC. De ahí que que su símbolo químico Hg proceda del griego hydrargyros, que significa plata líquida (por cierto, que el inglés hace intenso uso de la denominación alterativa quicksilver, plata rápida, que también es el nombre utilizado por una conocida marca comercial).



Vamos con más metales, ahora de los llamados preciosos. Los platinos hace tiempo que han desaparecido de los sistemas de encendido de los coches, pero lo cierto es que no estaban realizados con tan costosa materia prima salvo, según se decía, quien sabe si por interesada leyenda, los de los Rolls Royce. La verdad es que no echamos en falta esa molesta fuente de frecuentes averías cuya denominación alternativa es ruptor (en inglés son ruptor o braker y en francés platinées).

En América es bastante más frecuente que en España denominar plata al dinero, y cierto es que ese metal que con tanta abundancia se extrajo de las minas de ultramar, y que hasta ha dado nombre a todo un país, fue muy utilizado en la acuñación de monedas. Aquí no hay tanto anacronismo, porque sigue presente en muchas piezas de colección. Así que nos es raro que en francés argent sea la denominación más habitual de lo que coloquialmente también llamamos por medio de otros mecanismos de asociación pasta, lana o guita.


Esta última es, en primera acepción, un sinónimo de cuerda como bien nos recuerda en su botella una conocida marca de manzanilla. Parece ser que esta tomó ese nombre de la costumbre del fundador de la bodega de preguntar a sus clientes si traían guita.

Las monedas que intercambiamos a diario utilizan metales más baratos, y así es como el níquel pasó a dar nombre en Estados Unidos a las de cinco centavos de dólar. Con ese significado entró a formar parte de la palabra nickleodeon, aplicada en inglés americano a los cines que, durante años, tuvieron ese precio. Pero finalmente fue llevada a la obsolescencia
 por la inflación, aunque es notorio que aun permanece en uso como marca de un canal televisivo.


Análogamente, no deja de ser curioso que, en Puerto Rico, la que nosotros llamamos gramola, y en América es la rocola, reciba el nombre de vellonera. Este es un término formado a partir de vellón, el nombre que recibe la moneda de cinco centavos en esa isla caribeña. Una curiosa extensión del uso del nombre de la aleación que el diccionario define como “liga de plata y cobre con la que se labró moneda antiguamente”.


Agotados los metales que nos vienen a la mente, no duden en informarnos de las omisiones que hayan podido detectar, ya será en una próxima entrega cuando continuemos la exploración de otros materiales.




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