martes, 5 de agosto de 2014

Mutantes lingüísticos


El lenguaje está plagado de referencias al mundo animal, del que tomamos atributos que, por traslación, nos sirven para denominar desde objetos a rasgos personales muy diversos. Una categoría de este tipo de vocablos particularmente poblada es la que utilizamos para describir a las personas, que calificamos desde águilas a burros o de cabrones a cerdos. 


Algunas veces las referencias animales están más ocultas. A título de ejemplo, no solemos ser conscientes de que el perro está en el origen de canalla (nombre que inicialmente se aplicaba a un conjunto de canes), canijo (del latín canícula, perrita) y hasta de cínico (derivado de la escuela de pensamiento que tomó su nombre de la denominación griega del perro que comparte raíz con la latina; si lo fue por el del lugar donde inició sus enseñanzas o por la conducta de sus adeptos, recordemos que el más conocido fue Diógenes, es cuestión más discutida).

Como el tema es amplio, vamos a centrar este apunte en la curiosa subcategoría de las denominaciones que cambian de animal al hacerlo de idioma. Algunas veces esa variabilidad es muy reducida, nuestro caballete es chevalet en francés, cavaletto en italiano y cavaleto en portugués. Puede parecer, por tanto, que en las lenguas más próximas solo se desmarcaría el inglés con su easel. Pero esta es una palabra que, a través del neerlandés ezel, procede en última instancia del latín asinus, ese pariente pobre del équido que llamamos asno. Así que ya se ve como la metáfora del soporte que puede ser cargado como un caballo ha triunfado en la mayoría de los idiomas cercanos.

Otra excepción inglesa relacionada con los equinos la encontramos en el peinado universalmente conocido como cola de caballo, que ese idioma asocia, sin embargo, con una raza concreta para crear el término ponytail.

En el caso del francés es curioso el desmarque de la denominación de la tipología de puertas de coche que casi todos los idiomas llaman alas de gaviota (gull-wing). Pero ese idioma ha decidido asociar, en cambio, con la mariposa (porte papillon).

En el extremo opuesto a conceptos con tanta uniformidad se sitúan casos como las arrugas faciales que por aquí llamamos patas de gallo. Sin embargo, son de oca para nuestros vecinos franceses (pattes d'oies) y de cuervo, tanto para ingleses como alemanes (crow's feet y krähenfüße), mientras que en el caso de los italianos no cambia la especie, pero sí el sexo (zampe di gallina).

La otra pata de gallo, la que hace referencia a un tejido bicolor, lo es de gallina en francés (pied de poule), mientras que el italiano ha tomado literalmente del francés el vocablo utilizado. En esto, nuevamente son los ingleses quienes cambian la especie epónima con su houndstooth (diente de sabueso).

Un ejemplo de variabilidad intermedia nos lo brinda el acoplamiento muy utilizado en carpintería que en castellano se llama cola de milano. En inglés lo es de paloma (dovetail), mientras que en un buen número de idiomas lo es de golondrina: en alemán schwalbenschwanzverbindung, en portugués cauda de andorinha, francés queue d'aronde (recurriendo a la antigua denominación del ave que nuestros vecinos modernamente llaman hirondelle) y en catalán cua d'oreneta.

Finalizamos con otro de los ejemplos más mutantes que conocemos, el del juego infantil que el español llama pídola, posiblemente por analogía del aspecto del saltado con el de los animales apiolados. Con ello n
os  desmarcamos del extendido mecanismo zoonímico que lo ha convertido en saltar corderos (saute-mouton) en francés y en salto de la rana (leap frog) en inglés. En italiano es, en cambio, jugar a caballito (cavallina), una asociación que también está presente en un idioma tan lejano como el japonés con umatobi (うまとび , salto del caballo).

Entroncamos con nuestros queridos ejercicios de traducción de ilustraciones (enlace al último) para poner de manifiesto que la imagen perteneciente a un anuncio de Renault que puede verse más abajo, con ser universalmente simpática, no tiene las mismas connotaciones para un francófono, que verá “un lobo saltando un cordero a saltacordero”, que para un hablante de otro idioma.




Pero ay que tener cuidado de no pasarse con las extrapolaciones. Con ser todavía el francés el idioma extranjero más conocido en su antigua colonia de Marruecos, el anuncio de una financiera especializada en crédito al consumo que puede verse a continuación no busca tanto el guiño idiomático como hacer una festiva referencia a la tradicional fiesta islámica del Sacrificio. En la misma lo más habitual es que la ofrenda sea ovina, por lo que en español es generalmente conocida como Fiesta del Cordero.



¿Conocen más animales que ejerzan de mutantes lingüísticos? No duden en contárnoslo.




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