sábado, 7 de junio de 2014

Se imponen las metonimias


La metonimia es una figura retórica que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa con la que está relacionada. Caben multitud de vínculos, pero uno especialmente frecuente es el existente entre un todo y sus partes que da lugar a un tipo especial del citado tropo que ha dado en llamarse sinécdoque, un sustantivo que conviene advertir que tiene género femenino. Aclarémoslo con uno de los ejemplos más utilizados para explicar este concepto, como son las “cabezas de ganado” que nadie tiene dificultad en interpretar que van acompañadas de sus correspondientes cuerpos.

La sinécdoque es una figura muy querida por los políticos que tienen la viciosa manía de arrogarse mucha más representación de la que realmente tienen, y así es como no paramos de escuchar al sr. Mas, qué apellido tan apropiado para liderar una de esas tribus de gentes de naturaleza insaciable que llamamos nacionalistas, que si Cataluña quiere esto o lo otro. Ya será una porción de sus habitantes, por grande que resulte.

El uso del continente para referirse al contenido, ya realizado con total propiedad en cuanto a su extensión, también ha calado fuerte en el lenguaje futbolístico, donde los componentes de los equipos ha pasado con cansina frecuencia a ser referidos como “el vestuario”.  Cuando una conocida periodista realizó unas polémicas declaraciones sobre la división existente en el vestuario del de su chico, si el otrora famoso Gilera (de quien no hemos encontrado una reseña biográfica enlazable, así que tenemos que remitir a quienes no les suene ese seudónimo a la necrológica publicada en su día El País) hubiera levantado la cabeza seguramente habría interpretado que se había pronunciado sobre una inadecuada ubicación o tamaño de las duchas más visitadas de Madrid. Sepan, por cierto, que van camino de conseguir el millón de visitantes anuales, lo que convierte esas instalaciones futbolísticas en el cuarto “museo” de la capital con mayor afluencia de público. Pero claramente no era el caso, tanto, que la cosa llevó al padre del hijo de la indiscreta a ocupar los lujosos asientos de Recaro que no obstinamos en llamar banquillo para luego utilizarlo como eufemística metonimia de la suplencia. Ya se ve que esta figura está por todas partes.

Cuando es un nombre propio el que actúa en representación de otro común se produce la llamada antonomasia, un Don Juan aplicamos, por ejemplo, a las personas con las seductoras capacidades del “burlador de Sevilla”. La combinación de dos de los tipos de metátesis a los que acabamos de referirnos nos ha permitido asistir esta semana a un interesante uso de una "antonomasia de continente" que ha hecho fortuna en los titulares periodísticos. Veámosla en El País combinada, además, con una vistosa prosopopeya, todo un ejercicio de lengua apto para formar parte de la correspondiente prueba de acceso a la universidad:


Con no tener nada de nuevo el uso de “La Zarzuela” para referirse al Rey y a su equipo de servidores habitualmente conocido como la “Casa Real”, no deja de tener un toque de pintoresquismo la autorreferente metonimia utilizada para expresar lo que en román paladino se formularía con un sencillo “el Rey dice que quiere ser aforado tras su abdicación”. Resignada petición una vez que los constitucionalistas (véase por ejemplo la opinión de nuestro catedrático local Francisco J. Bastida) parecen de acuerdo en la imposibilidad de mantener el privilegio de la inviolabilidad que es lo que realmente le gustaría ante las seguras demandas judiciales que se avecinan. Pero lo más sorprendente quizá sea comprobar cuán atascados deben estar los canales de comunicación como para que sea necesario enviar esos recados al poder legislativo a través de los periódicos, ¿estará en las manos adecuadas esa particular zarzuela que habría dado nombre al castizo género lírico?

Cuando se desata una moda, en este caso lingüística, nunca faltan voluntarios para subirse al carro. Uno de los más raudos ha sido el portavoz de la Generalitat, que se ha referido a nuestra monarquía como "negocio familiar" a cuyo mantenimiento estaría destinada la abdicación. Ya afloró ese botiguer que tópicamente llevan dentro tantos catalanes. El caso es que, si la cosa prende, las próximas jornadas prometen ser divertidas.

El proceso de relevo en la Jefatura del Estado que está en curso, aparte de estar causando un sorprendente número de bajas periodísticas, de momento en El Mundo y El Jueves, también ha llevado a las portadas una peligrosa variedad de palabras. Nos referimos a las que no está claro qué quieren decir, con lo fomentan el malentendido, de ahí los riesgos que inducen. El término república suele utilizarse por esos mundos para denominar la organización del estado cuya máxima autoridad es elegida por los ciudadanos mediante sufragio directo. En nuestra España, sin embargo, se utiliza demasiadas veces como metonimia de un gobierno de concentración de izquierdas por analogía con el que otrora fuera promovido por el llamado “Frente Popular”. Como esta palabra connota tristes recuerdos que desaconsejan su uso, en ciertos discursos políticos se ha recurrido a su sustitución por república que, habitualmente, aparece rodeada de la característica simbología tricolor encargada de poner algo más claro el auténtico significado. Como si España no hubiera tenido una bien rojigualda versión previa de esa forma de Gobierno que, aunque también desafortunada, comportó mucha menor mortalidad. 

Un ejemplo más de cómo la manipulación de la historia se ha convertido en una herramienta política de uso habitual, inmejorablemente ilustrado por ese creciente contingente de catalanes que creen a pies juntillas que la conocida como Guerra de Sucesión lo fue de secesión. Y pensar que en aquel entonces fueron los más desfavorecidos quienes lucharon por los borbones contra la defensa de privilegios de clase que movía a tantos partidarios de los austrias. Pero esa ya es otra historia, la que no puede preguntarse en la PAU.



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