sábado, 5 de abril de 2014

Mariposas (y un mariposón)


El español se desmarca del resto de idiomas del planeta en la denominación vulgar que aplica a las variedades más comunes y hermosas de los lepidópteros, los insectos que Linneo caracterizó por sus alas (pteras) cubiertas de escamas (lepidos). No estuvo en esto muy poético el sabio sueco y al final se nos ha quedado sin uso científico la palabra calóptero (de hermosas alas), aunque tenemos que admitir que algunas feas polillas y siniestras esfinges también pertenecen al género Lepidóptera. Damos por hecho que la película “El silencio de los corderos” (“de los inocentes” en Hispanoamérica) les habrá puesto al corriente de las calaveras que lucen algunas Acherontias.

Los expertos suelen establecer la etimología de la palabra mariposa en antiguas canciones infantiles en las que se las instaba a detener su vuelo al son de “María pósate…”, y no seremos nosotros quienes lo discutamos revelando por el camino una infancia poco cantarina. Los idiomas de raíz sajona las nombran, en cambio, a partir de su habitual revoloteo en busca de extraer alguna gotita de los recipientes con leche. Se ha producido así etimologías que incluso llegan a entroncar con leyendas que las convierten en brujas disfrazadas. El alemán utiliza schmetterling, emparentada con la palabra checa smetana que significa crema o nata, mientras que el inglés recurre al bastante feo descriptor mosca de la leche, butterfly, cuyo origen busca el Diccionario Oxford en el neerlandés arcaico boterschijte. Este término reflejaría el parecido de los excrementos del insecto con la mantequilla dando lugar a un butter-shit posteriormente suavizado a butter-fly. Retorcidillo y cochinete, pero con los británicos nunca se sabe.

El latín papilio, acusativo papilionem, ha dado lugar al francés papillón y al catalán papallona, mientras que el italiano utiliza farfalla, término de origen posiblemente onomatopéyico basado en el batir de las alas cuyo plural farfalle ha alcanzado cierta difusión internacional como nombre de una popular presentación de la pasta que también llamamos lazos. Es curioso que una forma similar utilizada como adorno, generalmente por los caballeros, es en italiano una “cravatta a farfalla” y en francés “noed (nudo) papillon” o símplemente “noed pap”, mientras que en español resulta ser una pajarita.

También del latín procede la denominación portuguesa borboleta, aunque en este caso creada a partir de belbellita, palabra derivada de bellus (bueno o bonito) que el gallego ha metatizado en el espléndido bolboreta. Una palabra que cuando Wenceslao Fernández Florez publicó su hermosa novela homónima en 1917 se escribía Volvoreta, apodo de la sirvienta, Federica por bautismo, que iniciará al señorito en el amor. Entre los idiomas hispanos tampoco es desdeñable la eufonía de la palabra vasca pinpilinpauxa que suele aparecer en los repertorios de términos más bellos del eusquera junto con su sinónimo tximeleta.

El idioma mesoamericano náhuatl ha contribuído al español de México con su papalotl devenido papalote. Sin embargo, este vocablo ha pasado a utilizarse con preferencia para denominar a los artefactos voladores que por aquí llamamos cometas y que, por una probable falsa etimología, se han convertido en Honduras en papelotes.

La mariposas no sirven para denominar la tipología de válvulas de uso más frecuente para regular el paso de fluídos, el agua en casa y el aire en los cada vez menos utilizados carburadores, también un estilo de natación y significativamente, por lo que tiene de cultismo no muy bien comprendido, el llamado “efecto mariposa”. Es socorrido despachar la explicación con un sentencioso "el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un Tsunami al otro lado del mundo", aunque la cosa tiene bastante más enjundia y no son tantos los que son conscientes de que los sistemas denominados caóticos son deterministas. O sea, que por mucho que las consecuencias pueden ser muy dispares ante pequeños cambio de las condiciones iniciales, una vez establecidas estas el resultado es perfectamente previsible. Lo contrario de lo que ocurre en los sistemas estocásticos en los que influye el azar. Tranquilos que no seguimos por ahí.

El “efecto mariposa”, que ya fue utilizado en 1995 por Fernado Colomo como título de una película, fue bautizado así por Edward Norton Lorenz (1917 –2008), no por las hipotéticas consecuencias climáticas del aleteo de un insecto, sino porque los modelos meteorológicos que estudiaba a comienzos de los años sesenta daban lugar a representaciones gráficas con formas asimilables a unas alas de mariposa. Véase una pareja de esos diagramas que, de paso, nos sirven para ilustrar lo que decíamos sobre los efectos de un pequeñísimo cambio en las condiciones iniciales, en este caso una absolutamente imperceptible diferencia en la posición de partida:


Obsérvese que una de las principales particularidades de estos sistemas es que la desviación del comportamiento puede tardar bastante en manifestarse. Pero no son los únicos que gozan de esa particularidad de alcanzar situaciones muy dispares ante pequeñas variaciones de las condiciones iniciales. La caída de una gota de agua sobre el pico Tresmares fronterizo entre Cantabria y Palencia no es un fenómeno caótico, pero una ligerísima brizna de aire puede ser determinante para que esa pequeña cantidad de agua acabe en el mar Cantábrico (por el Nansa), Atlántico (por el Duero) o Mediterráneo (por el Ebro). Casi nada. Y sepan que es el único punto de España con esa notable propiedad.

Tampoco parece que podamos servirnos de la Teoría del Caos para explicar por qué una infracción de estacionamiento que desembocó en una severa “pérdida de olla” por parte de Esperanza Aguirre puede ser decisiva para determinar el signo político del próximo alcalde o alcaldesa de Madrid. Pero estamos convencidos de que así va a ser. Al tiempo.

Y es que el citado asunto es más complejo porque, como decíamos, la ventaja de los sistemas caóticos es que son deterministas, pero en cuanto entran en juego los humanos los fenómenos inevitablemente se convierten en estocásticos. Y qué mal entiende el azar el común de los ciudadanos. Seguro que no dudan de nuestra palabra cuando les decimos que tenemos una amigo que ganó trece veces seguidas apostando al rojo de una ruleta, pero menudo mosqueo tiene casi todo el mundo con las dos muertes acaecidas en pocas horas en detenciones practicadas por los Mossos que, además, se juntan con otro sonado suceso ocurrido meses atrás. “Demasiada casualidad” editorializaba ayer El País. Pues a lo mejor sí. ¿Por qué no dar tiempo al menos a las autopsias para pronunciarse? Estúpido tic nacional ese de tratar sistemáticamente a los policías como presuntos culpables, hasta Dª Esperanza parece que se nos hubiera cambiado de bando en su arrebato. Eso sí, la contrapartida es que los excesos policiales deben ser sancionados con máximo rigor.

La pena es que, entretanto, el dirigente que Alfonso Guerra calificara de mariposón sin que mediara objeción por parte del Tribunal Supremo, recordemos que archivó una denuncia del PP en base a la polisemia del término (reseña de El País) aunque la Real Academia se empeñe en circunscribir la aludida inconstancia al ámbito amoroso, sigue desembarazándose de figuras crítica tan necesarias para “desectarizar” el partido que nos gobierna. Y ya nos hubiera gustado decir partido que sustenta al Gobierno, pero por deseable que sea no habría sido cierto.

El caso es que la variante impropia del efecto mariposa acaecida en la Gran Vía parece que va a jugar a favor del mariposón, de la señora con nombre de parque nacional y, paradójicamente, también del Psoe madrileño.

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