martes, 3 de diciembre de 2013

Cabeza de cristiano (ojo a la minúscula)


El lenguaje está lleno de anacronismos que nos llevan a denominar pizarras a las superficies apropiadas para la escritura que rara vez son ya de esa piedra, plomos a los dispositivos de protección eléctrica que hace mucho tiempo que carecen de ese metal o cerillas a las varillas con las que encendemos fuego que casi nunca son ya de papel encerado a más de no contener tampoco fósforo (que en las llamadas de seguridad está en el rascador). Y es que no suele resultar sencillo encontrar una denominación actualizada que nos anime a cambiar nuestros hábitos lingüísticos. Entre los ejemplos citados tan solo en el caso de los plomos se observa una cierta competencia del poco discriminante automático, como si no viviéramos rodeados de automatismos, mientras que disyuntor queda reservado para el lenguaje técnico y su uso coloquial puede desencadenar la inmediata expulsión del redicho de la correspondiente tertulia.

La asignación de la denominación "cabeza de turco" a quien se quiere culpar de algo de lo que no es responsable tiene raíces en las Cruzadas medievales durante las cuales cortar cabezas enemigas era considerado una encomiable acción, viniera o no a cuento. No perdamos de vista que esa fea afición era recíproca, así que no deja de ser curioso que cuajara una expresión también usada en francés que, de hecho, es un reconocimiento de las injusticias cometidas con el bando enemigo. Aquí hubo más generosidad por parte de los hablantes que con judiada, una versión lingüística del cornudo y apaleado que convierte a los practicantes de esa religión en expulsados de la patria y rematados con el idioma. No obstante, la mala conciencia propició que en momento dado se introdujera en la versión académica de la que es definida como "acción mala" una explicativa coletilla indicativa de "que tendenciosamente se consideraba propia de judíos". Aun así, el remiendo no parece haber dejado satisfecha a parte de la comunidad judía. Más gentes que tampoco entienden el papel notarial del Diccionario, un asunto al que ya nos hemos referido en un pasado apunte en el que explicábamos el también judío origen de "pagar el pato".

El caso es que parece que hoy en día sacudir a la Cristiandad, y más específicamente a la Comunidad Católica, tiene su clientela, así que el Psoe parece haber decidido buscar por ahí la sustitución de las numerosas defecciones sufridas. La ocurrencia de hoy es exigir la inmediata denuncia del Concordato que, recordemos, data de 1979. Como si no hubieran tenido tiempo de gobierno para hacerlo. Así que lo más probable es que esta banda de calamidades que dirige el socialismo español siga engordando las expectativas electorales de Izquierda Unida que miren ustedes que no es tarea fácil.

La ilusión del presunto rédito electoral de estas actitudes tan desvergonzadas probablemente esté alimentada por la curiosa doctrina aplicada en unos cuantos medios de comunicación según la cual la Iglesia Católica solo es noticia negativa. Algo así como si la única información que se diera de la actividad política fueran las causa seguidas en los tribunales contra los miembros de esa casta. A título de ejemplo, ahí tenemos estos días al párroco de Borja convertido en estrella de los informativos. Imagínese el eco que tendría el mismo delito cometido por un Jefe de Negociado de cualquier dependencia administrativa. Y cuanta atención a la magra actividad de algunas oenegés muy mediáticas por ni una palabra sobre la ingente labor de organizaciones como Cáritas que para algunos medios símplemente no existe.

El expositor de un quiosco nos ha puesto en bandeja un ejemplo muy gráfico del sectarismo con que habitualmente se pronuncia nuestra clase política y, desgraciadamente, por la vía de imitar malos modelos, cada vez más la sociedad en general. Las proposiciones no se valoran en función de lo que dicen sino de quien lo dice. Estamos tentados de enviarle a Dª Soraya Rguez. un ejemplar de último número de la revista FHM para comprobar si también se siente impelida a esgrimirla desde su escaño con la furia con la que la semana pasada agitaba el libro de infausto título del que nos ocupábamos en una entrada precedente.

Póngase a prueba apreciado visitante, ¿en cual de las dos portadas siguientes, sírvase ampliar la foto clicando porque hay que aguzar la vista, ve usted un titular más denigrante para las mujeres?


Si tan solo una mayor riqueza léxica hubiera alumbrado la cabecina del redactor (le reputamos macho) con la palabra criatura. Y no nos vengan con que somos insensibles al lenguaje metafórico o incluso al equívoco solo accesible a quienes aprecian el noble arte de la cetrería. Luego va el chiquillo, le dirige tan delicada metáfora al árbitro y le caen nosecuantos partidos de suspensión en la correspondiente categoría de fútbol alevín en la que cursa su carrera de hombre de provecho.

Pero lo que ya resulta demasiado irónico es que cuando un sector de este país ha decidido que los obispos son los culpables de tantos de nuestros males el lenguaje obligue a los discrepantes a calificar a tan católicas dignidades como cabezas de turco. ¡Válganos Dios! Hay que introducir sin demora la expresión "cabeza de cristiano" por su rabioso realismo descriptivo presente. Claro que, bien pensado, probablemente muchos interlocutores de una hipotética conversación en que se hiciera uso de ese neologismo procederían acto seguido a interesarse sobre si la cosa había acabado en gol.



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