martes, 5 de noviembre de 2013

Tabú


Pocos son los préstamos de origen polinesio que utilizamos en el lenguaje ordinario. Nosotros solo conocemos dos (no incluimos las palabras tomadas del hawaiano, que es un derivado del polinesio): tatuaje, calco de la palabra tongana tátau llegada al español a través del inglés tattoo, y tabú, la prohibición ritual con la que designamos, en particular, aquello que no debe ser mencionado. Por más que no sean pocas las cosas que se hacen aún cuando se callen. Ya teníamos la palabra nefando cuya etimología latina nos da el significado de "lo que no debe decirse públicamente", pero la asociación de hecho con la homosexualidad dejó el campo expedito al termino polinesio. Es curioso que hasta no hace muchos años lo tatuajes tuvieron bastante de tabú por lo que algunos precursores penaron sus osadías juveniles con una condena al uso de la manga larga, no hablamos de oído, y ya les tenemos contado que aún hoy en día esos populares ornatos corporales pueden privar del acceso a ciertos establecimientos termales japoneses. No digan que no se lo hemos advertido.

Los tatuajes se han convertido en una toda una moda y, por ende, notable industria, pero otras prohibiciones van instalándose más o menos taimadamente en su lugar. Es como si necesitáramos suplir las arrumbadas. Y diríase que lo hacemos con creces. Quizá las peores prohibiciones son las que se ejercen a modo de la self-deportation a la que nos referíamos ayer, aquellas en las que a fuerza de crear un clima desfavorable e, incluso, veladamente amenazador se propicia la autocensura. Recuerden lo que dijo el Ayuntamiento de Barcelona sobre la foto de Padilla, aunque no tenemos a mano las palabras textuales la cosa fue más o menos: sólo hemos pedido que se ampliaran las opciones barajadas. Cierto que muy elegantemente no hubo ninguna referencia al futuro de la correspondiente subvención en caso de no realizar ese sano ejercicio. Todo esto viene a cuento de las pavorosas imágenes tomadas en el vertedero de Jaén que nos han servido estos días los noticiarios. Si resulta llamativo que en ninguna crónica de las varias que hemos visto y leído para confirmar nuestra tesis se haga referencia a la etnia gitana de los salvajes agresores del maquinista que tuvo la mala fortuna de atropellar mortalmente a una mujer, lo que casi nos provocó el atraganto es lo ocurrido en la reseña realizada por la televisión pública. A la vista de que la mención de que la palabra gitanos es patente en la banda sonora del video en el que se registra la deplorable acción, ahí aparece el espontáneo (y nervioso) lenguaje popular, la cadena estatal decidió que no era políticamente correcto que esas palabras resultaran audibles a cuyo efecto aplicó una mezcla de corte del metraje y sobreposición de la locución en off. Con el tabú gitano habíamos topado.


Suponemos que si las imágenes hubieran recogido la agresión de una horda de forofos futbolísticos, pongamos que de hooligans ingleses a lo que condenamos a servir de ejemplo por sus habituales excesos, no habría habido inconveniente en dejar claro que se trataba de los hinchas de tal o cual equipo directamente llegados de la pérfida Albión. ¿Afrenta a los súbditos de Su Majestad? No parece. Pero en algunas enfermizas cabecinas parece que se ha instalado la idea de que, en el caso gitano, informar sobre dicha circunstancia agrede a esa minoría. Ya se ve que no todos estamos de acuerdo en la utilidad del bastante contrastado principio de que el primer paso para resolver un problema es reconocerlo.Y es que, aunque se haya avanzado, hechos como el de Jaén, un brutal intento de lo que incorrectamente llamamos tomarse la justicia por la propia mano, siguen siendo habituales en la comunidad gitana.  No parece que la ocultación sea la mejor forma de afrontar esta peliaguda cuestión. No hace tanto que en Asturias hemos asistido a una enorme movilización policial para evitar que una familia ofendida se cobrase la vida de sus, en ese caso, también gitanos ofensores, que en esto no hacen distingos. Y a pesar del patente filtrado periodístico de estos sucedidos que suelen terminar en sucesos parece que sigue sin ser una conducta excepcional. Hay quien incluso duda de que se deba esperar avances significativos en este particular terreno. Ojalá se equivoquen.


A pesar de los progresos conseguidos sigue habiendo considerable oscurantismo en cuanto involucra al pueblo gitano, empezando por la cuantificación de su número que, dado que la etnia es un dato no registrado en los censos de población, solo se conoce por estimación. El Secretariado Gitano cifra ese número en 725.000 basándose en las conclusiones, esperemos que actualizadas, de una encuesta ¡¡de 1978!! Ello les concedería una cuota del 1,6% de la población española, notablemente superior a la que tienen en los países más próximos, aunque inferior a la media de la Unión Europea (1,8%). Pero este último dato está muy influenciado por el importante peso que tienen en Bulgaria (10%), Eslovaquia (9%), Rumanía (8%) y Hungría (7%). A partir de ahí se produce un importante salto hasta el 2,5% de Grecia y luego ya va España.


No hemos encontrado información que nos ayude a esclarecer la posición de la comunidad gitana ante asuntos como el hoy muy pertinente grado de aceptación del "concepto payo de justicia". Y es que a poco que se bucea en alguno de los pocos estudios disponibles, enseguida se ve que no es fácil el trabajo estadístico con esta etnia. Como dato pintoresco contaremos que en una encuesta del CIS de 2006 muy centrada en cuestiones de vivienda y nada en las que hoy nos preocupan, resulta que aplicando un impecable procedimiento de muestreo (selección del entrevistado en cada vivienda aleatoriamente escogida en base a la proximidad de la fecha de nacimiento a la de la encuesta) se obtiene una muestra encuestada que tiene doble numero de hombres que de mujeres. Curioso, ¿verdad?¿Alguien dijo machismo?¡etnicista! (ya nos explican los Libros de Estilo que gitano no es una raza sino una etnia)


Como colofón un ejemplo gráfico de la capacidad de seducción que ha tenido "lo gitano" hasta el punto de convertir a la marca de cigarrillos lanzada en Francia en 1910 en una de las más veteranas  conocidas de ese país. 

¿Una imagen pública que avanza, o que retrocede?

Arriba: primera gitana dibujada por A. Molluson y reelaboración de Max Ponty (1947)
Debajo dos carteles publicitarios de Hervé Morvan (1960)



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