miércoles, 14 de agosto de 2013

Palabritas

Cuanto se echan en falta aquellos certeros dardos que lanzaba Fernando Lázaro Carreter (1923 - 2004) desde las páginas de Abc en los que exhibiendo una fecunda capacidad de observación, vastísimo conocimiento de nuestra lengua y una indudable capacidad para la ironía, nos enseñaba a hablar mejor. No es ello una cuestión menor ni prurito academicista como algunos pretenden, porque en definitiva es ayudarnos a comunicarnos con mayor efectividad. A entendernos, vamos, que bastante nos cuesta.

También la estética tiene su papel y su pedagogía, por ello vamos a fijarnos hoy en ese achicharrante palabro que nos ataca desde los medios de comunicación en cuanto llega el verano y se intensifica el problema de los incendios forestales. Que tontorrón seguidismo de un feo invento el que realizan tantos periodistas que se empecinan en contabilizar los "medios aéreos" aplicados a combatir esos desastres, recuento que indefectiblemente se acompaña con el número de "efectivos" movilizados. ¡Que fedor!


Lo sorprendente es que cuando el castellano cuenta con palabras tan eufónicas y precisas para el fin anterior como "aeronaves", la cual nos ahorra además una sílaba respecto a medios aéreos, siga el empecinamiento con una denominación que a nosotros se nos hace equiparable a llamar "tapas del culo" a las nalgas. Perífrasis innecesaria además de fea. Y que decir de que quienes se juegan la vida acaben reducidos a meros "efectivos", uso ciertamente acorde a lo prescrito por nuestro Diccionario Académico, pero palabra sosa y despersonalizada donde las haya, que parece ocultar el miedo a llamarles lo que son, bomberos. Cierto que en el recuento seguro que entran algunos policías y otros colaboradores con funciones auxiliares, pero estamos convencidos de que ningún redactor recibirá muchas quejas por esa metonimia centrada en la principal labor. Y es que tampoco pretendemos ponernos tan formalistas como los franceses que llaman a sus combatientes de los fuegos zapadores bomberos (sapeurs pompiers).


Sabemos que somos un tanto severos con los periodistas, por mas que mostramos mucha mayor comprensión con las incidencias provocadas por el directo (aquí tienen una divertida colección de gazapos radiofónicos; este es pura "justicia poética": pulse la flecha verde para oirlo), pero ellos son profesionales del lenguaje, obligados por ello a su conocimiento y buen uso, como los médicos tienen el deber de hacer con la farmacopea, y a estos les toleramos mal que equivoquen un antibiótico con un analgésico. Aún así en todas las profesiones acechan los errores lingüísticos, por ello es buena práctica acudir al diccionario a la menor duda, máxime ahora que hay gran variedad de ellos fácilmente accesibles en línea. Una sencilla consulta habría evitado a la compañía de pinturas Procolor caer en una de las mas añejas trampas del castellano, como es confundir cubrimiento con cubrición, diferencia bien conocida entre los profesionales del mundo de la construcción que se enfrentan habitualmente al reto de cubrir (esta si es anfibológica) todo tipo de superficies. Por ello, aunque el error es frecuente, resulta sorprendente seguir encontrándolo en fabricantes de materiales de construcción que, además, provocan un indeseable contagio a los comerciantes del ramo.

Para que quede claro que no se trata de un error puntual de la redacción de una etiqueta adjuntamos también un "pantallazo" de la web de esta filial de la multinacional Akzo Nobel donde puede comprobarse como también está presente la infausta cubrición.



Vamos a permitirnos recomendarles una regla nemotécnica para evitar caer en este frecuente y un punto jocoso error: los edificios tienen cerramientos (por los lados) y cubrimientos (por arriba) pero no pueden tener cubriciones porque no existen las cerraciones.

Par concluir esta incursión en el territorio de los malos usos linguísticos nos acercamos hasta nuestro inspirador Oviedo y, concretamente, al negociado del impuesto de plusvalía del Ayuntamiento (C/ Quintana). Allí está bien visible una muestra del fenómeno conocido como ultracorrección, esa forma lingüística de ser mas papista que el Papa que esta vez sedujo al funcionario encargado de la rotulación de las dependencias municipales, probablemente imbuído del espíritu hiperformalista propio de quien sabe que está identificando el santuario donde se drenan los dineros de los vecinos. 

Un par de reflexiones a modo de cierre:

¿Será posible que no sean de lectura obligatoria  las ediciones de "El dardo en la palabra" de Lázaro Carreter en las escuelas de periodismo? Y a los niños les obligamos a meterse por el cuerpo "La Celestina": la locura de los planes de estudio. 

Al hilo de lo anterior, ¿cuando daremos con un Ministro de Educación que se ponga como objetivo aficionar a los niños a la lectura y no lo contrario?



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