martes, 30 de abril de 2013

Envidia sana

Como la entrada anterior nos la han regalado, hoy hacemos doblete para que no se nos acuse de aprovechados.

No se engañen, no existe la envidia sana, porque lo que el Drae define en primera acepción como "tristeza o pesar del bien ajeno" no puede ser sano. Pero si nuestros políticos no son coherentes por qué vamos a tener que serlo los ciudadanos, así que proclamamos nuestra sana envidia de Augusto Monterroso, si no el inventor, el más insigne creador de microcuentos. Les recordamos que el texto completo de su obra "El dinosaurio" (1959) es "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Sin embargo el que generalmente es acreditado como microcuento mas corto es "El emigrante" (2005), una obra del escritor méxicano Luis Felipe Lomelí cuyo texto íntegro es " ¿Olvida usted algo? -¡Ojalá! ".

Aquí pasa un poco como en aquella historia del que se quejó a un abogado por el importe de la minuta si a fin de cuentas no había hecho mas que leerle un artículo del Código Civil, a lo que el interpelado respondió que la lectura era gratuita, pero que la factura era por saber por qué página había que abrir el código y, entregándoselo, le retó a que lo hiciera él. Análogamente, para competir en esta especie de concurso del microcuento mas corto también hay que tener, no conocimiento, sino reconocimiento, porque a nosotros ya se nos ha ocurrido alguno de menos de cuatro palabras, como el titulado "El político" cuyo texto íntegro es  "¿Quieres? -Sí."

Descartado el asunto del microcuento, con su permiso vamos a realizar una incursión en el mas accesible territorio del minicuento.

"El hombre que olvidó su palabra de paso"

Se levantó y, como todas las mañanas, se dirigió al ordenador para echar un vistazo a la prensa.

Una, dos y tres veces introdujo su palabra de paso, la última tecleando con sumo cuidado. Como su enlace con el mundo se había quedado bloqueado decidió volverse a la cama.

Tardaron 26 días en encontrar su cadáver.


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